jueves, 29 de abril de 2010

La hora de decir adiós

Si vas un sábado cualquiera a la feria del Belloto, entre cuatro y cinco de la tarde, verás lo que parece ser los restos de un saqueo. Son las cosas que los vendedores prefieren dejar botadas antes que cargar con su peso al regresar a sus casas. De todo, lo que más hay es ropa.

Yo estaba conversando E. en la cocina de su casa mientras él lavaba uvas moradas, cuando llegó J. con una carretilla llena de ropa. J. tenía esa costumbre, iba todos los sábados en la tarde a la feria a buscar cargamentos de ropa abandonada.
La conversación con J. fue muy breve, y luego se limitó a pasar hasta un rincón del patio y dejar la ropa junto a otras bolsas llenas de jeans, chaquetas, pantalones, polerones, etc. Lo que me llamó la atención fue lo que vino después. Antes de irse, J. tocó una prenda y murmuró unas palabras inentendibles, luego repitió lo mismo con otra prenda, y después con el almendro, y luego con un lavatorio, y así con varias cosas a medida que se retiraba. Las tocaba con las manos, murmuraba unas palabras y continuaba. Así sucedió varias veces hasta que finalmente se fue.
El misterio - o al menos parte de él -, me lo aclaró E. Resultaba que J. tenía el mal de las puertas, siempre que se iba de un lugar tenía que despedirse de los objetos, como si estuviera cerrando puertas. E. me dijo que él creía que su mal era el de las ventanas, porque siempre las estaba abriendo.

Todo eso me sumió en un aire pensativo durante el resto del día, no podía dejar de preguntarme cuál de todos los males sería el mío.