miércoles, 14 de julio de 2010

Yo, espero.

Anoche, mientras terminaba de escuchar la preparación de esa deliciosa receta por la radio, comencé a preguntarme cómo he de decirle aquello que pienso decirle.
Ingresé, como hace ya un par de meses suelo hacerlo, a su sitio web, para ponerme al día sobre su vida.
Hay gente que se expresa tan bien escribiendo. No me considero entre aquellos, tampoco entre los que poseen el don de la palabra, simplemente me auto-posiciono ente los incomprendidos. No crea usted, estimado lector, que he de otorgarme mucha importancia por dicha afirmación, bien claro tengo que no es de mi interés darme a entender. En ocasiones, simplemente pierdo la paciencia con bastante rapidez, pierdo el hilo de lo que quiero decir, me aburro de las conversaciones, de las actitudes, de las lecciones de vida, de las personas, animales, tiendas, vestimentas, decoraciones, adornos, cortinajes, útiles de aseo, de los alimentos: aunque sólo salados. Yo nunca me he aburrido de los dulces.

domingo, 9 de mayo de 2010

Oh happy day!

En memoria de Demitrópulus, mi abuelo,
quien me contaba historias de fantasmas.


Me encantan los días en que te despiertas por ti mismo, un minuto antes de que suene el despertador, y te sientes descansado, aunque hayas dormido tres horas.

Te levantas, colocas la radio, y comienzas a escuchar aquellas canciones que te gustan tanto, y que creías que ya no tocaban.

Todo esto te pone de buen humor, y te atribuyes una energía que no parece acorde a tus años. Sientes que podrías trabajar catorce horas seguidas si hiciera falta, y aunque el agua de la ducha salga fría, no te molestas.

Me encantan esos días.

Después vas al café, te atiende una mujer como las de Botticelli, y te sonríe. Ya no hace falta echarle azúcar al café. Entonces te dispones a revisar los textos que te han enviado de la editorial, y resultan ser buenos, con un estilo sobrio, y bien escritos hasta el punto que logran que te intereses por la historia.

Qué maravilla. Me encantan esos días.

Y durante todo el día, tu trabajo no consiste en hacer otra cosa, que lo que te gusta. Esto no puede ser sano. Y así todo el día.

Cuando llegas a casa, te recuestas, y como por milagro, ningún vecino hace ruido alguno, y en la calle parece haberse detenido el mundo. Cuando despiertas, contigo despierta el mundo.

Te preparas un café y suena el teléfono, es alguien que estabas deseando que llamara y quiere ir contigo al cine. Estar en su compañía es más agradable de lo que esperabas, y la película resulta ser mejor que el libro.

Me encantan esos días. Y si empezó bien el día, mejor acaba la noche.

Pero como diría mi querido abuelo, "¡me cago en esos días y en su puta madre, que todavía no conozco ninguno así!".


jueves, 6 de mayo de 2010

Convenientes adquisiciones













Cuando le conocí, pensé que era similar a mí, pero "aplicado".
Por más que intente recordar esas primeras imágenes, permanecen borrosas en mi memoria, pues descarté enseguida un mayor acercamiento debido a esta característica mencionada, la de la "aplicación".
Dicha palabra se utiliza también en las manualidades femeninas, como sinónimo de "detalle decorativo".
Curioso.
Ahora que el destino nos permitió una mayor cercanía, le considero como tal en mi vida: un sutil "detalle decorativo", una nueva y excéntrica adquisición.

Lástima que no sea recíproco.
Y debe ser por eso que no me devuelve tan seguido los llamados.

Yo, lamentablemente, carezco de Estilo.

jueves, 29 de abril de 2010

La hora de decir adiós

Si vas un sábado cualquiera a la feria del Belloto, entre cuatro y cinco de la tarde, verás lo que parece ser los restos de un saqueo. Son las cosas que los vendedores prefieren dejar botadas antes que cargar con su peso al regresar a sus casas. De todo, lo que más hay es ropa.

Yo estaba conversando E. en la cocina de su casa mientras él lavaba uvas moradas, cuando llegó J. con una carretilla llena de ropa. J. tenía esa costumbre, iba todos los sábados en la tarde a la feria a buscar cargamentos de ropa abandonada.
La conversación con J. fue muy breve, y luego se limitó a pasar hasta un rincón del patio y dejar la ropa junto a otras bolsas llenas de jeans, chaquetas, pantalones, polerones, etc. Lo que me llamó la atención fue lo que vino después. Antes de irse, J. tocó una prenda y murmuró unas palabras inentendibles, luego repitió lo mismo con otra prenda, y después con el almendro, y luego con un lavatorio, y así con varias cosas a medida que se retiraba. Las tocaba con las manos, murmuraba unas palabras y continuaba. Así sucedió varias veces hasta que finalmente se fue.
El misterio - o al menos parte de él -, me lo aclaró E. Resultaba que J. tenía el mal de las puertas, siempre que se iba de un lugar tenía que despedirse de los objetos, como si estuviera cerrando puertas. E. me dijo que él creía que su mal era el de las ventanas, porque siempre las estaba abriendo.

Todo eso me sumió en un aire pensativo durante el resto del día, no podía dejar de preguntarme cuál de todos los males sería el mío.

jueves, 18 de marzo de 2010

Fruta de la pasión



Salió de un edificio de ventanas azules. Polera naranja hablaba sin parar, a quien quisiera escuchar, aunque nunca se detuvo y no se dirigió a nadie en particular.

En esa pileta gigante con espectáculos nocturnos de agua y luces de colores, turistas se fotografiaban felices, aunque era de día.

Abrigo mostaza tomaba piedras del suelo del sendero de tierra por el que caminaba, luego las lanzaba con mucha fuerza hacia adelante. Hacía calor y era un ejercicio importante, pero no pareció preocuparle.

Bajé del autobús. Caminé con seguridad sin mirar hacia arriba, eso delataría mi indecisión, me confundiría con un turista.
Es sólo que no me agradan en absoluto los cambios y me encaminaba hacia uno de esos. Forzadamente.
Sé que no lo entenderías, porque no te sucedió a ti, pero anhelaría que intentaras ponerte en mi lugar.

También creí ciegamente que si no pensaba en lo sucedido desaparecería. Deposité en ello toda mi fe. Había funcionado antes. Y en tantas ocasiones.


Si P. no me hubiese hecho hablar, nunca me habría dado cuenta de esto:
cuando algo se muere en mi vida,
no es sólo enterrarlo y seguir adelante.

lunes, 22 de febrero de 2010

Un último instante

La música se detuvo, y la sensación de vacío pareció aumentar. Se levantó para irse, pero recordó esa tarde en que se iban a encontrar en la estación de tren, y se fue después de esperarla casi una hora. Rato después lo llamó por teléfono, y le dijo: "A veces es bueno mirar atrás". Sin poder gritar su nombre había esperado a que él volteara. Pero no lo hizo.

Esa frase de otros tiempos lo hizo voltearse esta vez. Sabía que probablemente era la última ocasión en que la vería, y sintió la desesperación de querer retener algo de ella. Sus ojos almendrados, el pálido rosado de sus labios, la luz que caía sobre su hombro izquierdo, la forma en que calentaba sus manos alrededor de una taza de té negro con miel. Al menos quería ser capaz de recordar si fue un lunes o un martes, si llovía o hacía sol.

Durante cuántos años habrá visto su rostro, su abrigo rojo, sus dedos alargados, los pequeños pliegues en su frente cuando se enojaba, las arrugas casi imperceptibles que eran las huellas de su risa. Pero ahora la miraba como si nunca hubiese sido suficiente, como si siempre se hubiese perdido de algún detalle.

Era extraño verlo con esa mirada que no sabía dónde posarse, como tratando de capturarlo todo. Seguramente temía lo que efectivamente ocurrió después. La voz de ella se confundió con otras voces, su rostro se volvió indefinido, su nombre comenzó a sonar ajeno y común. Era como tener el vago recuerdo de un recuerdo. Era una imagen imprecisa, y resultaba imposible distinguirla claramente, tal como no es posible diferenciar un grano de arena de otro, y al igual que es imposible recordar la hoja de un árbol sin confundirla con otras.

Tomó su bolso y se fue. Años después se cruzaron en una calle que ninguno de los dos solía transitar, pero ella no pudo reconocerlo por su chaqueta verde, ni él pudo reconocerla por su forma de caminar.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Medios de transporte

¿Podría haber sido?
Ha pasado mucho tiempo desde el día en que dije lo que no debería haber dicho. Siempre pensé que había sido uno de los mejores momentos de mi vida. Pero ahora me encuentro contigo en el centro, un pan bajo el brazo, anillo de matrimonio, nuevo corte de pelo y... ¿habrán sido esas llaves de un auto?

Ahora comienzo a pensar que tal vez el separarte de mí te reportó mayores beneficios. ...Si tan sólo lo hubiese sabido entonces... quizás ahora tendría algo más que mi bici oxidada.