Desde niño tuve la costumbre de caer... caer por las escaleras, caer de espalda sobre la tierra, caer hacia adelante en una bicicleta, etc. Recuerdo muy bien una oportunidad en que corría mirando hacia atrás y choqué contra un auto estacionado, también recuerdo haber caído de una escalera contra las baldosas, llegué a sentir como mis pulmones golpeaban mis costillas. Después de tantas caídas dudo que mis órganos estén en el lugar que deberían estar.
Habían pasado dos días sin caerme ni botar nada, pero un enredo de mis brazos sumado a la indecisión de mis manos botaron mi taza de té sin que alcanzara a beber siquiera una gota. Nadie se dio cuenta. Este fue el primer indicio para que luego, en el metro, perdiera el equilibrio y cayera sobre un hombre gordo que me dijo: "Para la otra pégame". Pedí disculpas, pero en estos tiempos nadie tiene mucha paciencia ni comprensión con quienes sufrimos de torpeza.