jueves, 18 de marzo de 2010

Fruta de la pasión



Salió de un edificio de ventanas azules. Polera naranja hablaba sin parar, a quien quisiera escuchar, aunque nunca se detuvo y no se dirigió a nadie en particular.

En esa pileta gigante con espectáculos nocturnos de agua y luces de colores, turistas se fotografiaban felices, aunque era de día.

Abrigo mostaza tomaba piedras del suelo del sendero de tierra por el que caminaba, luego las lanzaba con mucha fuerza hacia adelante. Hacía calor y era un ejercicio importante, pero no pareció preocuparle.

Bajé del autobús. Caminé con seguridad sin mirar hacia arriba, eso delataría mi indecisión, me confundiría con un turista.
Es sólo que no me agradan en absoluto los cambios y me encaminaba hacia uno de esos. Forzadamente.
Sé que no lo entenderías, porque no te sucedió a ti, pero anhelaría que intentaras ponerte en mi lugar.

También creí ciegamente que si no pensaba en lo sucedido desaparecería. Deposité en ello toda mi fe. Había funcionado antes. Y en tantas ocasiones.


Si P. no me hubiese hecho hablar, nunca me habría dado cuenta de esto:
cuando algo se muere en mi vida,
no es sólo enterrarlo y seguir adelante.

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