jueves, 29 de mayo de 2008

Busqué entre tus cartas amarillas...

Encontré esto entre algunos papeles viejos...

"Hay días en que me siento mal y lucho, otras veces no hago nada y dejo que la enfermedad me consuma con todo su infierno, dejo que su veneno se esparza y alcance lugares que no estaban contaminados, que habían logrado permanecer intactos - de esos cada vez quedan menos -.

He ido perdiendo las fuerzas para enfrentar las situaciones de angustia, cada vez hago menos y me dejo consumir más. Con todas las visitas que he hecho a los doctores, ya puedo describir con precisión y lujo de detalles mis estados de ánimo, puedo hablar de las ligeras diferencias entre el desgano y el aburrimiento, entre la nostalgia y la melancolía, entre la angustia y la desesperación. En otras palabras, me he vuelto un experto en examinar las manifestaciones de mi sufrimiento, lo que en un principio pensé me ayudaría para definir los perfiles de aquello contra lo que lucho. Pero la verdad es que esta enfermedad sigue siendo monstruosamente ambigua, extraña y vaga. Creo que lo único que alcanzo a describir es su superficie, como si sólo pudiera ver el mar en las olas que se rompen contra las rocas, sólo veo los resultados que produce en mí pero no su estructura, no su funcionamiento".

Nota: Hoy vi escrita la palabra "bonheur"... fue un pequeño sol que alegró mi día.

jueves, 15 de mayo de 2008

Largo trayecto rutinario (me obliga a meditar)

Caminaba por una concurrida avenida cuando perdí el hilo de mis pensamientos. Un señor vestido de un color que no es café ni verde ni beige, a cuadrillé o escocés (no entiendo mucho la diferencia entre ambos términos) me detuvo balbuceando un corto discurso que solamente comprendí la tercera vez que me lo repitió. Le di una moneda mientras le decía "no tengo mucho". Pensé un paso de cebra y media cuadra (sólo tres vitrinas) qué haría con el dinero que le entregué y si me recordaría. Yo sí recuerdo sus ojos ni verdes ni café ni beige y su sonrisa avergonzada. También me pregunté qué le habría pasado que se quedó sin dinero, pero una vitrina llamativa me forzó a ingresar en mi mundo de frivolidades y sólo cuando pasé por ese negocio que tiene una chimenea por donde siempre sale olor a choripán, pude retomar mis pensamientos dejados en pausa tras el encuentro con el señor combinado. Reflexionaba acerca de las obsesiones.
L. tiene una seria fijación por el desodorante ambiental. Cada vez que llega del trabajo lo primero que hace es buscarlo; a veces palabra por medio de lo que le dicen escucho ese sonido característico del spray, una descarga cada dos segundos. Me pregunto si eventualmente le mareará y anhelo que sí lo haga, pero como soy pesimista me imagino que comprará uno con un olor diferente y hay mucha variedad en el supermercado.
N. tiene una especie de fijación conmigo. Nunca hemos trabado una conversación, sólo hemos intercambiado un par de palabras. Sin embargo, cada vez que me ve sonríe. No quiero pensar que pueda estarme coqueteando, simplemente porque asumo su heterosexualidad y, aunque no juzgo a aquellos que no lo son, no me gustaría que pensase que podría tener una fugaz posibilidad de enamorarme. Yo, por mi parte, me he prendado de una de sus amistades. Su compleja morenidad morena me ha perturbado y, aunque intento decirme que "no es mi típico tipo" mis inclinaciones no escuchan razón alguna, se escapa de mi control. Hace tiempo ya que no le miro a los ojos y que me sereno para no intentar llamar su atención. Lo peor de todo es que me persigue en mis trayectos sin saberlo. No, no es amor, es una demencia temporal.
A. es adicta al tabaco. Sus dientes acumulan residuos de color no verde no amarillo no mostaza no café, es una mezcla y creo que se oscurece y se pone más densa cada semana. No puedo evitar fijarme en este detalle de su rostro. Por más que me obligo a subir la mirada, mi vista desconoce descaradamente mi autoridad. Tal vez pueda decirse que estoy perdiendo autocontrol. Puede que necesite una terapia cerebral, una rehabilitación. Quizás esté exagerando, pero no quiero terminar observando cómo mi cuerpo funciona autónomamente, ¡para qué me necesitaría entonces! Pediré hora enseguida a un kinesiólogo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

¿Fe?

Había terminado la lectura poética y nos fuimos a caminar por las calles buscando algún bar que estuviese abierto a esas horas. Lo único que encontramos fue un bar punk-gótico en el cual no duramos mucho; "Los pacos me sacaron un parte la otra vez, si por mí fuera tendría abierto, si total uno no arma ningún escándalo. Puta, lo siento compadre, pero así es la cosa", después de la frase nos fuimos. Resultaba una imagen curiosa, estar con ese hombre de letras pasado sus 60 en ese lugar, conversando de la vida, la muerte, la poesía y las mujeres.

Me confesó que le tenía un poco de miedo a la muerte, y decía que Dios le había jodido la vida, "Me dio una infancia de las más duras, con pobreza y un padre que me creía marica por escribir. Conversando con un cura, le pregunté qué había que hacer para tener fe, y él me dijo que la fe era un don de Dios. Puta que me cagó Dios, me dio una infancia de mierda y encima no me quiso dar la fe... por eso yo digo que Dios es maricón".

Siento que mi breve encuentro con don Enrique me ha ahorrado muchos libros y malos ratos. Creo que entiendo sus borracheras y me gusta su cercanía con los jóvenes, es de esos viejos que está tan dispuesto a escucharte atento como a mandarte a la mierda si lo considera necesario.

sábado, 10 de mayo de 2008

Marina: recordando el mar en la depresión intermedia.

No sé si había que esperarle o si debía de tentarme. La verdad es que me vino un implulso loco por comer una empanada de mariscos, así es que me levanté y me fui supongo, porque tengo una gran nube en el trayecto de la sala de clases hasta ese puesto de la esquina.
Nunca me han gustado los mariscos. Me acuerdo que una vez en mi infancia mi madre y mi hermana me pasaron una supuesta empanada de pollo, pero yo me di cuenta en seguida que era de mariscos verdaderamente, por sus actitudes sospechosas y por ese sabor horrible que no recuerdo en este momento, pero de seguro si huelo una se me refresca la memoria. No lo haré. No me encuentro cerca de un lugar donde vendan empanadas y tampoco es el momento.
La cosa es que cuando estaba en el puesto ese de venta de empanadas de mariscos (se dedican a eso específicamente sus vendedores), recordé (justo después de acordarme que nunca me han gustado los mariscos) mi vegetarianismo. Por consiguiente, cerré la boca (tiendo a abrirla cuando pienso) y me fui. Caminé hasta el paradero siguiente (me dio vergüenza seguir junto a esos vendedores que me vieron en actitud reflexiva), tomé la micro y me largué.

¿Cuál es la diferencia entre un molusco y un marisco?
Lo pregunto, porque tengo una profesora que me recuerda a un molusco. No a uno en particular, más bien a "moluscos" en general y me gustaría tener una visión mental de estos, algo como una imagen, porque hasta el momento he pensado en lapas cada vez que la veo y me las imagino subiendo babosa y verdemente por un vidrio, luego me vienen náuseas y tampoco es una buena imagen para recordar a alguien.

martes, 6 de mayo de 2008

Coincidencia

Me desperté con la voz de mi vecino que desde que vive solo habla consigo mismo y también le habla a Dios para darle las gracias de seguir vivo. Al principio pensé que las únicas señales de vida en la casa de al lado sería el retumbar de los pasos apresurados por la escalera metálica y las descargas del inodoro - que en realidad inodoro no es -. Pero con el tiempo me he ido acostumbrando a sus monólogos [¿o debería decir diálogos?] y a veces imagino lo que Dios podría responderle.

Da gusto saber de alguien que se siente agradecido y que no protesta continuamente, sobretodo hoy en día en que pareciera que todos tienen algo sobre qué reclamar. Yo mismo reclamo que la gente no debería reclamar tanto, mientras en la isla de Lesbos reclaman porque la palabra "lesbiana" sólo se utilice como gentilicio y no para otra cosa.

En la noche decidí salir y caminar sin destino fijo. Me detuve entre un grupo de personas que miraban en el televisor de un negocio, cómo un adolescente caminaba sobre una pasarela de vidrio a metros de altura, y después como otro era arrastrado por una camioneta. Seguí caminando guiado por los marcados compases de un tango, hasta que una muchacha me detuvo. Su acento era argentino, coincidencia que me llamó la atención, y me hizo recordar el adhesivo que vi en el auto estacionado frente a la plaza, estoy seguro que tras ese nombre se esconde la misma persona de aquella secta oriental.

Necesitaba ayuda para abrir un viejo portón y me pasó sus llaves. Su exceso de confianza me hizo sospechar, pero acepté. El portón se rehusó a ceder, así que nos sentamos en la escalera, ella en la sombra y yo donde llegaban algunas luces escasas del farol. Algo me preguntó que me hizo decirle que no me interesa Nietzsche ni otros de su estilo porque no me gustan los libros de autoayuda. Ella me dijo que no leía cuentos infantiles porque le daba miedo las historias de terror. Después nos quedamos en silencio.

Volvimos a probar las llaves, empujamos con fuerza, y esta vez el portón se abrió. Ambos reimos. Ahí me di cuenta de lo pesada que era esa vieja armazón de fierro y pensé en lo fascinante que es que una sola llave, única combinación entre millones de posibilidades, sea la capaz de abrir una cerradura. No recuerdo si me despedí de ella, sé que me dio las gracias y que le dije que marcara sus llaves.

sábado, 3 de mayo de 2008

....

Creí que la radio se había encendido sola... pero no, eran mis pensamientos que empezaban a agitarse.