martes, 6 de mayo de 2008

Coincidencia

Me desperté con la voz de mi vecino que desde que vive solo habla consigo mismo y también le habla a Dios para darle las gracias de seguir vivo. Al principio pensé que las únicas señales de vida en la casa de al lado sería el retumbar de los pasos apresurados por la escalera metálica y las descargas del inodoro - que en realidad inodoro no es -. Pero con el tiempo me he ido acostumbrando a sus monólogos [¿o debería decir diálogos?] y a veces imagino lo que Dios podría responderle.

Da gusto saber de alguien que se siente agradecido y que no protesta continuamente, sobretodo hoy en día en que pareciera que todos tienen algo sobre qué reclamar. Yo mismo reclamo que la gente no debería reclamar tanto, mientras en la isla de Lesbos reclaman porque la palabra "lesbiana" sólo se utilice como gentilicio y no para otra cosa.

En la noche decidí salir y caminar sin destino fijo. Me detuve entre un grupo de personas que miraban en el televisor de un negocio, cómo un adolescente caminaba sobre una pasarela de vidrio a metros de altura, y después como otro era arrastrado por una camioneta. Seguí caminando guiado por los marcados compases de un tango, hasta que una muchacha me detuvo. Su acento era argentino, coincidencia que me llamó la atención, y me hizo recordar el adhesivo que vi en el auto estacionado frente a la plaza, estoy seguro que tras ese nombre se esconde la misma persona de aquella secta oriental.

Necesitaba ayuda para abrir un viejo portón y me pasó sus llaves. Su exceso de confianza me hizo sospechar, pero acepté. El portón se rehusó a ceder, así que nos sentamos en la escalera, ella en la sombra y yo donde llegaban algunas luces escasas del farol. Algo me preguntó que me hizo decirle que no me interesa Nietzsche ni otros de su estilo porque no me gustan los libros de autoayuda. Ella me dijo que no leía cuentos infantiles porque le daba miedo las historias de terror. Después nos quedamos en silencio.

Volvimos a probar las llaves, empujamos con fuerza, y esta vez el portón se abrió. Ambos reimos. Ahí me di cuenta de lo pesada que era esa vieja armazón de fierro y pensé en lo fascinante que es que una sola llave, única combinación entre millones de posibilidades, sea la capaz de abrir una cerradura. No recuerdo si me despedí de ella, sé que me dio las gracias y que le dije que marcara sus llaves.

No hay comentarios:

Publicar un comentario