En memoria de Demitrópulus, mi abuelo,
quien me contaba historias de fantasmas.
Me encantan los días en que te despiertas por ti mismo, un minuto antes de que suene el despertador, y te sientes descansado, aunque hayas dormido tres horas.
Te levantas, colocas la radio, y comienzas a escuchar aquellas canciones que te gustan tanto, y que creías que ya no tocaban.
Todo esto te pone de buen humor, y te atribuyes una energía que no parece acorde a tus años. Sientes que podrías trabajar catorce horas seguidas si hiciera falta, y aunque el agua de la ducha salga fría, no te molestas.
Me encantan esos días.
Después vas al café, te atiende una mujer como las de Botticelli, y te sonríe. Ya no hace falta echarle azúcar al café. Entonces te dispones a revisar los textos que te han enviado de la editorial, y resultan ser buenos, con un estilo sobrio, y bien escritos hasta el punto que logran que te intereses por la historia.
Qué maravilla. Me encantan esos días.
Y durante todo el día, tu trabajo no consiste en hacer otra cosa, que lo que te gusta. Esto no puede ser sano. Y así todo el día.
Cuando llegas a casa, te recuestas, y como por milagro, ningún vecino hace ruido alguno, y en la calle parece haberse detenido el mundo. Cuando despiertas, contigo despierta el mundo.
Te preparas un café y suena el teléfono, es alguien que estabas deseando que llamara y quiere ir contigo al cine. Estar en su compañía es más agradable de lo que esperabas, y la película resulta ser mejor que el libro.
Me encantan esos días. Y si empezó bien el día, mejor acaba la noche.
Pero como diría mi querido abuelo, "¡me cago en esos días y en su puta madre, que todavía no conozco ninguno así!".
quien me contaba historias de fantasmas.
Me encantan los días en que te despiertas por ti mismo, un minuto antes de que suene el despertador, y te sientes descansado, aunque hayas dormido tres horas.
Te levantas, colocas la radio, y comienzas a escuchar aquellas canciones que te gustan tanto, y que creías que ya no tocaban.
Todo esto te pone de buen humor, y te atribuyes una energía que no parece acorde a tus años. Sientes que podrías trabajar catorce horas seguidas si hiciera falta, y aunque el agua de la ducha salga fría, no te molestas.
Me encantan esos días.
Después vas al café, te atiende una mujer como las de Botticelli, y te sonríe. Ya no hace falta echarle azúcar al café. Entonces te dispones a revisar los textos que te han enviado de la editorial, y resultan ser buenos, con un estilo sobrio, y bien escritos hasta el punto que logran que te intereses por la historia.
Qué maravilla. Me encantan esos días.
Y durante todo el día, tu trabajo no consiste en hacer otra cosa, que lo que te gusta. Esto no puede ser sano. Y así todo el día.
Cuando llegas a casa, te recuestas, y como por milagro, ningún vecino hace ruido alguno, y en la calle parece haberse detenido el mundo. Cuando despiertas, contigo despierta el mundo.
Te preparas un café y suena el teléfono, es alguien que estabas deseando que llamara y quiere ir contigo al cine. Estar en su compañía es más agradable de lo que esperabas, y la película resulta ser mejor que el libro.
Me encantan esos días. Y si empezó bien el día, mejor acaba la noche.
Pero como diría mi querido abuelo, "¡me cago en esos días y en su puta madre, que todavía no conozco ninguno así!".
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